La apertura a la diversidad folklórica

Muchas veces abrazamos el tradicionalismo y las etiquetas que nos permiten definir e identificar algo según lo que conocemos. A nivel cultural el folklore es custodiado por generaciones que aferran el concepto a un determinado género, temática, melodía, etc.

Sin embargo, cuando buscamos definirlo propiamente dicho según lo que se entiende por folklore, nos encontramos con que es el conjunto de costumbres, creencias, artesanías, canciones y otras cosas semejantes de carácter tradicional y popular. Por lo tanto, la etiqueta que lo sostiene excluye necesariamente a muchísimas manifestaciones artísticas que son populares, que forman parte de las tradiciones de distintas regiones de nuestro país y de su gente.

Ante este nuevo escenario simbólico, el festival de Cosquín recibe a un Ariel Ardit que canta tango, a un Paz Martínez que canta melódico o a una Delio Valdez con su orquesta haciendo cumbia sobre el Atahualpa Yupanqui.

Lo admirable de esto, es ver las distintas reacciones ante la diferencia, ante aquello que se manifiesta y no entra en los estándares de lo que se espera o bien, aquellos que bailan, cantan y disfrutan porque lejos de querer encasillar la experiencia dentro de un marco adecuado, solo buscan gozar aquello que viven.

Sucede en la vida generalmente que aquello que nos rompe la estructura creada detrás de un concepto, nos impide ampliar la mirada para ver más allá de lo que sabemos y entender que hay otras maneras de volver a conocer aquello que es. Podemos llamarlo transformación, tal vez. El tradicionalismo no se pierde por abrazar otras maneras de manifestarse, como tu no dejas de ser tu por descubrir una nueva forma de mirarte.

Abrazar la diferencia con todo aquello que se manifiesta, no te obliga a estar de acuerdo ni a que te agrade necesariamente, pero si te permite soltar la resistencia ante la única constante de la vida, el cambio. Nada se pierde, todo se transforma.

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